¿Por qué decidí cambiar?
Necesitaba cambiar de vida, sentirse nuevo. Por la experiencia de los últimos años, sabía que cuando el trabajo no iba bien existía un porcentaje elevado de resbalar también en el resto de facetas de la vida, pudiendo incluso afectar a la relación con amigos, pareja y demás familia. Pero no estaba dispuesto a permitirlo.
La Historia de este Carpintero Diferente
Aquel hombre, que había trabajado duro durante muchos años llevando sus capacidades al máximo para dedicárselas a una arquitectura desagradecida, forzando y gastando energía, se dio cuenta de que los deseos de su mente no coincidían con los deseos de su corazón. Era inevitable: día tras día la arquitectura de los hogares se banalizaban. Esto le hacía sentirse vacío.
La sociedad que le tocó vivir había llegado a ser tan materialista e independiente que se le hacía imprescindible un cambio: empezar de nuevo desde el principio, adquirir los conocimientos básicos de la vida, aprender de los más sabios haciéndolo con consciencia y avanzando. Y aunque de forma particular nunca había dejado de intentarlo, una y otra vez, fue incapaz de lograrlo y su ilusión se fue desgastando.
Aun así no se dio por vencido y con esfuerzo y voluntad siguió insistiendo. Era consciente de que no hacerlo a tiempo era una irresponsabilidad para consigo mismo y con las generaciones del futuro.
Un día cualquiera, conscientemente calentó sus sentimientos hacia un deseo de cambio, decidió dejar morir al “como eres”, “al que fuiste” y al como “estás sometido”, para dar paso a otra vida, a un nuevo yo, decidiendo entregarse a la arquitectura de otra manera.
Eligió trabajar la madera como el material idóneo para rodearse de calidez y serenidad a lo largo de los años. Tomó esa decisión, ya que cada vez que sus manos trabajaban la madera sentía como se fortalecía su persona y experimentaba cambios positivos en su estado anímico.
Pasión por la arquitectura
Su pasión era la arquitectura, especialmente la casa, que consideraba como una de las partes más íntimas de las personas, como su verdadero refugio. Consciente de que en el interior de las viviendas se pasan dos terceras partes de la vida, y ocurren la mayor parte de los acontecimientos más significativos, se toman importantes decisiones, se engendran hijos, se educan, se crece, se ama, se muere… pensó cómo contribuir a la construcción de hogares para convertirlos en lugares para el equilibrio, reforzando en ellos la sensación de paz, serenidad y la posibilidad para la reflexión que se necesita.
Saturado de tanta modernidad, de una tecnología sin función y del control de presupuestos, tenía claro que necesitaba echar mano de las aportaciones de la tradición para mantenerse cerca de la vida y no permitir que los intereses económicos continuasen manipulándole para rebajar las necesidades de los hogares a vulgares, reducidos y desequilibrados espacios inhabitables.
Abandonó su vida actual y se transformó. Como tenía el olfato muy desarrollado decidió aprovechar esa virtud para cambiar de profesión y conseguir la felicidad. Entre los profesionales del gremio, se convirtió en un carpintero diferente, considerado por unos, y tildado de loco por otros.
Sólo construía para quien tuviese sentimientos similares a los suyos. Cuando un cliente le demandaba un trabajo mantenía una entrevista con ellos, dirigiendo la conversación hacia donde el quería. Aunque les pareciese antiguo y estúpido les hablaba de valores humanos, de bienestar, de conciencia, de las emociones, de la coherencia, del pensar, de la reflexión, del amor y de la meditación.
Al terminar la conversación y en función de las reacciones decidía si estaba dispuesto a realizar o no el encargo.
En el caso de aceptar el trabajo, te citaría en el lugar donde se iba a hacer la obra para ver el espacio y elegir la madera más adecuada.
Una Peculiar Forma de Elección
Sus clientes no elegían el tipo de madera por su belleza, sino por su olor. Preguntaba a sus clientes cuál era el aroma que deseaban respirar en su hogar y elegía la madera en función de esta cualidad. Para esto se valía de un maletín contenedor con una colección de urnas de vidrio rellenas con virutas que él mismo había laminado con sus garlopas. Unas etiquetas pegadas al cristal diferenciaban su aroma a castaño, a abedul, a cedro, a fresno, a eucalipto, a roble o a pino…
El cliente iba abriendo cada una de las tapas e introduciendo su nariz para que su encargo se asemejase a sus preferencias olfativas. Si ellos no eran capaces de decidir, el carpintero les aconsejaba en función de su personalidad.Como Trabaja este Carpintero Diferente
Conocía toda la geografía arbórea de la región para encontrar la madera que precisaba. Nunca las mezclaba en una pieza. Cada vez que llegaba el momento de la tala se quedaba un buen rato junto al árbol, mantenía una conversación con él o gesticulaba…abrazándolo en ocasiones y para acabar, a veces, llorando.
Para que el cliente crease vínculo con su hogar los invitaba a que participasen del trabajo, acercándoles el diseño; siempre teniendo en cuenta las necesidades del ser humano en general y de la persona que tenía delante.
Además del olfato utilizaba el resto de los sentidos, hablaba a la gente de la necesidad de equilibrio en las construcciones y predicaba la necesidad de encontrar el camino hacía una arquitectura con cierto sentido común.
Con su trabajo enseñó a cargar de significado a la arquitectura, a apreciar la madera y lentamente contribuyó a cambiar la sociedad.
Esta también es una época en la que se vuelve urgente replantearnos el trabajo; de pensar y repensar en lo que nos implicamos, de sentir el resultado, de estar orgullosos de lo que hacemos. Para fortalecernos.